Phillip y Merlina - Capítulo 2

jueves, 28 de abril de 2011

Era una de las primeras tardes de Domingo que tenía ese Otoño. El cielo estaba nublado y los primeros fríos del año comenzaban a avanzar cabalgando vientos. Phillip estaba aburrido. Había estado tocando el piano desafinado durante todo el Sábado. Ese domingo era bastante deprimente y después de almorzar decidió salir a conocer los jardines enormes de su flamante mansión. Lo que en un momento fue un laberinto hecho con arbustos ahora era solo maleza y vegetación crecida con aventureros caminos que invitaban a sentirse explorador. Phillip aun se aferraba a esa infancia que se iba y, cuando podía, se permitía sentir un niño. Entonces decidió meterse y explorar. Llegó a estar perdido y no le importaba. Buscaba una salida, un tesoro, un paraíso. Sentía que tantos caminos debían conducir a algo así. Al principio lo imaginó como parte de su juego, de su imaginación, pero tanto se metió en ella que lo terminó creyendo. Y tanto lo deseó que, al fin, apareció. Llegó al centro del laberinto y en él había un jardín perfectamente cuidado, con flores, senderos, estatuas y fuentes. Era un lugar de ensueño, un oasis de perfección entre tanto descuido. Fue para él como viajar en el tiempo a la época en donde, seguramente, el laberinto y la mansión estaban en su apogeo. Empezó a caminarlo despacio, mirando todo a su al rededor. Estaba maravillado con tanta belleza inesperada. Caminaba mirando hacia el cielo, hacia las mas altas estatuas, y así fue que inesperadamente algo lo chocó. Solo pudo ver un par de ojos.

Merlina había amanecido ansiosa luego de tener pesadillas que olvidó al mediodía. Durante esas horas había decidido ponerse a leer un libro que estaba por terminar y que tanto la había atrapado. Sin embargo se aburrió de leer y, después de comer, decidió salir a jugar. Su padre se llamaba Rémi Nigoul y había sido el jardinero de la Mansión Byantine durante toda su vida. Conocía y era amigo de todos los sirvientes y habitantes de ese lugar. El señor August Byantine tenía una buena relación con él pero algo sucedió un mes antes de que Nigoul muriera. Algo que hizo que ambos se distanciaran. Merlina jamas supo qué fue lo que ocurrió pero siempre se preguntó si fue la causa de la gran depresión que tuvo su padre durante su último mes de vida. Desde que Rémi falleció, sus amigos que también servían para la Casa Byantine se turnaban para cuidarla. Tomaron la posta de su tutela y solían ir a visitarla. Merlina era adolescente y estaba aprendiendo de una manera triste a vivir sola. Pero mas allá de eso, ella siempre recordaba a su padre con una sonrisa. Habían compartido muchas cosas juntos, él siempre la llevaba a conocer y jugar por los jardines de la mansión mientras los cuidaba. Ella no perdió durante el último año las ganas de ir a jugar a esos jardines inmensos, de hecho pensaba que era una manera de mantener su recuerdo vivo. Ese mediodía había escuchado a sus tutores hablar de la llegada del joven Phillip a la mansión y sintió gran curiosidad. Intentó esa tarde ir a jugar como siempre a sus jardines pero al llegar al centro del laberinto notó un aura distinta. Algo la perturbaba y sentía una inquietante compañía. Ella era terca y se negaba a sentirse así, por lo que se puso a correr mirando al cielo buscando tal vez la libertad que siempre le daba hacerlo. Quiso despejarse pero, de la manera mas bruta, chocó con algo. Solo pudo ver un par de ojos.

Las nubes grises y el viento fresco fueron el escenario caprichoso para ese encuentro inesperado. Los dos adolescentes estaban en el piso mirándose en silencio. Los dos temieron lo que esas miradas se dijeron. No lo escucharon, solo sabían que se dijeron algo al instante. Claramente no podían quedarse así, y ella rompió el silencio.

- ¿Podrías tener mas cuidado no te parece? ¿Quién sos y qué haces acá?
- ¿Perdón?... Bueno, te pido disculpas por no haberte visto venir, pero... Yo soy el que se pregunta quién sos vos y qué haces aquí.
- Vos sos el extraño en este lugar, no me toca presentarme, idiota.
- ¿Podrías ser mas respetuosa no crees? Mi nombre es Phillip y vivo aquí. Soy el dueño de estos jardines y si quiero puedo hacerte sacar.
- Ah bueno, qué miedo que me das. Y espero notes la ironicidad.
- Ironía.
- ¡Da igual! Yo tengo muchísimo mas derecho sobre estos jardines que vos y a jugar en ellos. Si queres seguir acá empezaste de la peor manera nenito.
- Pero... pero... ¡Qué irrespetuosa! En primer lugar llamame Phillip, y en segundo lugar... ¡Hey!

Merlina se aburrió muy rápido y se puso a correr persiguiendo una mariposa. Mientras lo hacía pensaba demasiado en esa mirada y solo quería escapar de ella. Phillip se quedó en silencio casi previendo que si la intentaba correr iba a perderla de vista. Se quedó pensando en su mirada, en sus ojos verdes amarillos. Algo le trasmitieron y no supo qué fue.

Volvió en silencio a su mansión con la mirada perdida. Pasó por el gran salón, miró a su piano, y decidiendo ignorar su rutina subió las escaleras. Charlotte, una joven mucama, le preguntó curiosa...

- ¿Qué pasa joven Phillip? ¿No tocará el piano hoy?
- No Charlotte, toqué mucho ayer...
- Pero siempre lo hace... ¿Le ocurre algo?
- No, para nada. Solo fui al laberinto y volví. Nada mas...
- ¿Si? ¡Lo felicito! Siempre ha sido muy difícil encontrar el camino de regreso, ¿Cómo lo ha hecho?
- ¿Eh?

Y sus ojos se abrieron de par en par. No lo había pensado. No recordaba cómo había hecho para regresar. Solo se puso a caminar pensando en los ojos de esa extraña muchacha. Solo pensaba en ellos y de pronto, caminando, había llegado a la puerta de la mansión. No recordaba haberse perdido ni pensado por un momento en cuál era el camino de regreso, solo caminó casi por inercia. Se quedó sorprendido por un instante, pero retomando su fría mirada optó por el silencio y subió a su habitación. No salió de nuevo por el resto del día.

Merlina corrió haciendo de cuenta que perseguía a una mariposa cuando desde el primer momento jamas supo por donde iba. Corría también por inercia pensando solo en la mirada de este misterioso muchacho. Ella sonreía intentando pensar en otras cosas pero le resultaba cada vez mas difícil hacerlo. Hasta que en un determinado momento, no pudo mas. Se quedo quieta, cayó al piso, y se puso a llorar.

La mirada de Phillip era fría pero intensa. Invisibles manos atraparon su cabeza cuando él la miró, le gritaron cosas que tocaron su corazón y no supo qué cosas eran. Solo sentía la vulnerabilidad de su interior siendo tocada por manos ajenas, extrañas e invisibles. Esa frialdad en cambio era igual a la que trasmitía la del señor August. Solo que la de él estaba apagada y solo generaba tristeza y miedo. Ella siempre se sintió incómoda cuando su padre hablaba con el padre de Phillip. Su presencia la perturbaba. Y vio esa tarde en el joven esa misma frialdad pero cargada de intensidad y de algo que no había sentido antes. Tuvo mucho miedo de solo un par de ojos y algo le revolvió que tuvo la necesidad de explotar en llanto. Llegada la noche se calmó y caminó el largo sendero hasta su hogar.

La mirada de Merlina era increíblemente pasional pero delicada. Sintió en esa delicadez la mas bella paz y el mas entrañable cariño que solo encontraba en la mirada de su abuela. No había logrado sentir eso en ningún otro par de ojos. Sintió cierta contrariedad, algo que no concordaba con lo que ella le demostró ser en tan pocas palabras. Y a eso se le sumaba esa pasión que podía atrapar a casi cualquier chico de su edad. Se sintió seducido y al mismo tiempo apenado. Tuvo mucho miedo de lo que esas dos sensaciones podían significar. Y con esa contradicción en su mente durmió, después de largas horas de insomnio.

Los dos durmieron pensando en el otro, con temor, recuerdos y preguntas que no tenían respuesta. La paz la intentaron encontrar en la idea de que solo fue un golpe del momento. Que todo eso pasaría pronto. Que no debían volverse a ver. Que nada volverían a sentir. Que todo fue un error no contemplado del destino. Que nada debió ser. Que nada podía ser diferente a lo que era. Que todo debía seguir igual. Necesitaron creer que su paz no había sido alterada.
Estaban equivocados.

[continuará...]

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