Phillip y Merlina - Capítulo 3

viernes, 29 de abril de 2011

Llovía. Ese Lunes parecía no tener día, la tormenta lo oscureció desde la mañana. Los truenos y los relámpagos, el sonido de la lluvia, lo gris oscuro del cielo, todo inspiraba a Phillip a componer sus mas bellas y tristes melodías. Había podido dormir profundamente luego de varias horas de insomnio. Ignoró casi por completo aquello que lo había desvelado. Solo pensaba en si mismo y en sus problemas y preocupaciones que eran muchas. Sus melodías eran tristes y cuando un relámpago aparecía, llenaba su música de tensión para recibir el sonido del trueno que se anunciaba. Cuando ambas melodías se unían, la del cielo y la de su desafinado piano, él se erguía orgulloso mientras tocaba. Era la escena perfecta. Eso lo hacía feliz. Luego, la música empezaba a calmarse, las melodías cobraban un tono triste y desalmado. Phillip se ponía a pensar cosas como "mis escenas perfectas... nadie las ve. Nadie esta aquí para sentirlas conmigo, solo son perfectas para mi", y no podía evitar trasmitir esas sensaciones a las teclas. De pronto, la melodía empezaba a sonar un poco feliz, picarezca, esperanzada, ligera, natural y alegre. Cuando lo notaba, volvía a la sobriedad clásica de forma abrupta. Se negaba.

En un determinado momento escuchó un ruido en uno de los delgados y altos ventanales, volteó a ver y no había nadie. Creyó que sería un pájaro o una rama que la tormenta trajo. Su imaginación comenzó a creer que podía tratarse de un ladrón y que él podía ser un rico y afamado director de algún museo. Su música se hacía misteriosa y se regalaba a si mismo la banda sonora original de su película de suspenso imaginaria. Tocaba con los ojos cerrados creando su historia y sonriendo, pero una voz aguda arruinó toda la escena. "¿Siempre sos así de... idiota?". Un frío inesperado corrió por su espalda. Luego de un segundo se dio vuelta y no pudo reaccionar. El solo vio un par de labios.

Merlina estaba justo frente a él y solo centímetros distanciaban sus caras. Ella estaba con su ropa y su pelo mojados. Su rostro fingía de manera muy convincente una especie de malhumor y desagrado. Phillip estaba perdido y desorientado. Pero esta vez, el hielo lo rompió él.

- ¡Vos! ¡¿Cómo entraste?!
- Por la puerta chico genio.
- Ah que graciosa.
- Ah mira quien se hace el ironiquero ahora.
- Irónico.
- ¡Es lo mismo!
- ¡No! ¡Charlotte!
- Oh, el nenito necesita llamar a sus sirvientes...
- ¡No sé qué pretendes conmigo, pero no podes entrar así como así a una propiedad privada! ¡¿Charlotte dónde estas?!
- En el mercado.
- ¿Perdón?
- Si, te perdono chico genio.
- No estas siendo graciosa.
- Te aseguro que si alguien leyera esto se hubiera reído.
- Nadie que sea como yo.
- Pero si como yo, alegre y no amargado.

Se quedaron mirando con bronca. Ella con una sonrisa sobradora y el con cierta frustración y un odio que no terminaba de serlo. Sus ganas de insultarla o de echarla se hacían cada vez mas débiles. Y después de un silencio cómplice, él preguntó...

- ¿Quién sos?
- Parece que te relajaste, al fin.
- No importa eso ahora...
- Esta bien. Me llamo Merlina. Mi padre trabajaba en esta mansión, era el jardinero. Murió hace un año. Yo siempre fui una mas aquí, todos me conocen y me aprecian. Puedo entrar las veces que quiera, tanto a la mansión como a los jardines. Soy como... ¿Una sobrina?
- ¿Sos mi prima?
- ¡No tonto! Usé una metasfora.
- Metáfora.
- ¿Vos me queres ver enojada no?
- Jaja no, es mas fuerte que yo corregir aquello que esta mal.
- Wow.
- ¿Tanto te sorprende que no me guste lo incorrecto?
- No. Lo que me sorprendió es que te hayas reído.

Phillip se dio cuenta de que estaba sonriendo y dejó de hacerlo casi tan abruptamente como cambiaba sus melodías alegres por las tristes. Se sintió enojado y volvió a hablarle como antes.

- Creo que sos una mocosa atrevida. Ahora en esta casa vivo yo, y quien entra y quien deja de hacerlo va a ser decidido por mí. Si esperabas seguir con ese privilegio te aviso que estas haciendo muy malos méritos.
- ¿Y te pensas que yo necesito que vos, un muchachito sin gracia, me de permiso para entrar o no? Vos si que no sabes nada chiquito. Yo soy Merlina Nigoul, hija de Rémi Nigoul y reina de los jardines. Acostumbrate a mi presencia o jodete.
- ¿Qué decís? ¡Hey! ¡Vení para acá maleducada!

Pero el ruido de la puerta la cerrarse determinó que la conversación y el segundo encuentro se habían terminado. En su mente solo estaba la imagen de Merlina guiñandole un ojo con aires de superación mientras se daba vuelta y hacía volar su pelo negro. Las gotas de lluvia de sus oscuros cabellos rociaron el rostro impávido de Phillip mientras la veía irse. De pronto pensó: "Espero que no se moje o tome frío, aun llueve fuerte". Y cuando se dio cuenta de la ternura de sus pensamientos ante tal malaprendida chica, terminó con ellos abruptamente como tanto supo hacer durante su día. "Nadie me dijo nada sobre ella, ineptos". Cerró con bronca la tapa del piano y el sonido seco y poderoso hizo eco en toda la Mansión Byantine. Luego, solo se escuchaban los pasos de Phillip. Se nuevo, subía las escaleras para refugiarse en su habitación. No volvería a salir por el resto del día. A la noche tendría insomnio. Su Lunes terminó igual que su Domingo.

Merlina se fue recordando este nuevo encuentro y esa perturbadora mirada. Sin embargo otros recuerdos aparecían al mismo tiempo, los de aquello que había ocurrido antes...

Esa mañana ella fue al centro del laberinto a jugar. En realidad tenía la esperanza de volverse a encontrar con ese chico misterioso. Sin embargo, el comienzo de la lluvia le hizo creer que él no saldría a recorrer el laberinto. Supuso que un chico refinado no querría mojarse, no como ella que le encantaba. Al principio disfrutó del clima, pero luego buscó refugio debajo de una estatua que le regalaba un techo. Se quedó dormida porque había dormido poco, pero una melodía la despertó. La sentía hermosa, tenebrosa, triste y alegre. Principalmente, atractiva. Se dejó llevar bajo la lluvia hasta ella y se encontró sin pensarlo bajo uno de los ventanales. Veía al joven Phillip en ese gran piano negro e intentó acercarse mas. Cerró sus ojos disfrutando del arte pero no pensó en algo: la lluvia moja. El agua hizo que se resbalara y golpeó su cabeza contra el ventanal. Rapidamente se agachó rogando que él no la haya visto. Se sintió estúpida. Acto seguido empezó a vestirse de bronca y enojo, y decidió entrar para asustarlo e insultarlo. Mientras se acercaba, Charlotte salía a comprar al mercado, por lo que entró al mismo tiempo saludándola en silencio. Cuando se acercó al salón, sus insultos mentales desaparecieron. Lo vió tocar una especie de música de suspenso, lo vio tocar con los ojos cerrados, lo vio moviendo su cuerpo como si jugara en su imaginación. Ella sonrió y se acercó curiosa a él. Estaba maravillada. Solo quería decirle una cosa: "¿Siempre sos así de interesante?". De hecho lo intentó pero... no pudo completar su frase. Su orgullo negador pudo mas a último momento y cambió una palabra por otra. El dejó de tocar y la miró. Ella solo vio un par de labios.

El resto es historia.

[continuará...]

Phillip y Merlina - Capítulo 2

jueves, 28 de abril de 2011

Era una de las primeras tardes de Domingo que tenía ese Otoño. El cielo estaba nublado y los primeros fríos del año comenzaban a avanzar cabalgando vientos. Phillip estaba aburrido. Había estado tocando el piano desafinado durante todo el Sábado. Ese domingo era bastante deprimente y después de almorzar decidió salir a conocer los jardines enormes de su flamante mansión. Lo que en un momento fue un laberinto hecho con arbustos ahora era solo maleza y vegetación crecida con aventureros caminos que invitaban a sentirse explorador. Phillip aun se aferraba a esa infancia que se iba y, cuando podía, se permitía sentir un niño. Entonces decidió meterse y explorar. Llegó a estar perdido y no le importaba. Buscaba una salida, un tesoro, un paraíso. Sentía que tantos caminos debían conducir a algo así. Al principio lo imaginó como parte de su juego, de su imaginación, pero tanto se metió en ella que lo terminó creyendo. Y tanto lo deseó que, al fin, apareció. Llegó al centro del laberinto y en él había un jardín perfectamente cuidado, con flores, senderos, estatuas y fuentes. Era un lugar de ensueño, un oasis de perfección entre tanto descuido. Fue para él como viajar en el tiempo a la época en donde, seguramente, el laberinto y la mansión estaban en su apogeo. Empezó a caminarlo despacio, mirando todo a su al rededor. Estaba maravillado con tanta belleza inesperada. Caminaba mirando hacia el cielo, hacia las mas altas estatuas, y así fue que inesperadamente algo lo chocó. Solo pudo ver un par de ojos.

Merlina había amanecido ansiosa luego de tener pesadillas que olvidó al mediodía. Durante esas horas había decidido ponerse a leer un libro que estaba por terminar y que tanto la había atrapado. Sin embargo se aburrió de leer y, después de comer, decidió salir a jugar. Su padre se llamaba Rémi Nigoul y había sido el jardinero de la Mansión Byantine durante toda su vida. Conocía y era amigo de todos los sirvientes y habitantes de ese lugar. El señor August Byantine tenía una buena relación con él pero algo sucedió un mes antes de que Nigoul muriera. Algo que hizo que ambos se distanciaran. Merlina jamas supo qué fue lo que ocurrió pero siempre se preguntó si fue la causa de la gran depresión que tuvo su padre durante su último mes de vida. Desde que Rémi falleció, sus amigos que también servían para la Casa Byantine se turnaban para cuidarla. Tomaron la posta de su tutela y solían ir a visitarla. Merlina era adolescente y estaba aprendiendo de una manera triste a vivir sola. Pero mas allá de eso, ella siempre recordaba a su padre con una sonrisa. Habían compartido muchas cosas juntos, él siempre la llevaba a conocer y jugar por los jardines de la mansión mientras los cuidaba. Ella no perdió durante el último año las ganas de ir a jugar a esos jardines inmensos, de hecho pensaba que era una manera de mantener su recuerdo vivo. Ese mediodía había escuchado a sus tutores hablar de la llegada del joven Phillip a la mansión y sintió gran curiosidad. Intentó esa tarde ir a jugar como siempre a sus jardines pero al llegar al centro del laberinto notó un aura distinta. Algo la perturbaba y sentía una inquietante compañía. Ella era terca y se negaba a sentirse así, por lo que se puso a correr mirando al cielo buscando tal vez la libertad que siempre le daba hacerlo. Quiso despejarse pero, de la manera mas bruta, chocó con algo. Solo pudo ver un par de ojos.

Las nubes grises y el viento fresco fueron el escenario caprichoso para ese encuentro inesperado. Los dos adolescentes estaban en el piso mirándose en silencio. Los dos temieron lo que esas miradas se dijeron. No lo escucharon, solo sabían que se dijeron algo al instante. Claramente no podían quedarse así, y ella rompió el silencio.

- ¿Podrías tener mas cuidado no te parece? ¿Quién sos y qué haces acá?
- ¿Perdón?... Bueno, te pido disculpas por no haberte visto venir, pero... Yo soy el que se pregunta quién sos vos y qué haces aquí.
- Vos sos el extraño en este lugar, no me toca presentarme, idiota.
- ¿Podrías ser mas respetuosa no crees? Mi nombre es Phillip y vivo aquí. Soy el dueño de estos jardines y si quiero puedo hacerte sacar.
- Ah bueno, qué miedo que me das. Y espero notes la ironicidad.
- Ironía.
- ¡Da igual! Yo tengo muchísimo mas derecho sobre estos jardines que vos y a jugar en ellos. Si queres seguir acá empezaste de la peor manera nenito.
- Pero... pero... ¡Qué irrespetuosa! En primer lugar llamame Phillip, y en segundo lugar... ¡Hey!

Merlina se aburrió muy rápido y se puso a correr persiguiendo una mariposa. Mientras lo hacía pensaba demasiado en esa mirada y solo quería escapar de ella. Phillip se quedó en silencio casi previendo que si la intentaba correr iba a perderla de vista. Se quedó pensando en su mirada, en sus ojos verdes amarillos. Algo le trasmitieron y no supo qué fue.

Volvió en silencio a su mansión con la mirada perdida. Pasó por el gran salón, miró a su piano, y decidiendo ignorar su rutina subió las escaleras. Charlotte, una joven mucama, le preguntó curiosa...

- ¿Qué pasa joven Phillip? ¿No tocará el piano hoy?
- No Charlotte, toqué mucho ayer...
- Pero siempre lo hace... ¿Le ocurre algo?
- No, para nada. Solo fui al laberinto y volví. Nada mas...
- ¿Si? ¡Lo felicito! Siempre ha sido muy difícil encontrar el camino de regreso, ¿Cómo lo ha hecho?
- ¿Eh?

Y sus ojos se abrieron de par en par. No lo había pensado. No recordaba cómo había hecho para regresar. Solo se puso a caminar pensando en los ojos de esa extraña muchacha. Solo pensaba en ellos y de pronto, caminando, había llegado a la puerta de la mansión. No recordaba haberse perdido ni pensado por un momento en cuál era el camino de regreso, solo caminó casi por inercia. Se quedó sorprendido por un instante, pero retomando su fría mirada optó por el silencio y subió a su habitación. No salió de nuevo por el resto del día.

Merlina corrió haciendo de cuenta que perseguía a una mariposa cuando desde el primer momento jamas supo por donde iba. Corría también por inercia pensando solo en la mirada de este misterioso muchacho. Ella sonreía intentando pensar en otras cosas pero le resultaba cada vez mas difícil hacerlo. Hasta que en un determinado momento, no pudo mas. Se quedo quieta, cayó al piso, y se puso a llorar.

La mirada de Phillip era fría pero intensa. Invisibles manos atraparon su cabeza cuando él la miró, le gritaron cosas que tocaron su corazón y no supo qué cosas eran. Solo sentía la vulnerabilidad de su interior siendo tocada por manos ajenas, extrañas e invisibles. Esa frialdad en cambio era igual a la que trasmitía la del señor August. Solo que la de él estaba apagada y solo generaba tristeza y miedo. Ella siempre se sintió incómoda cuando su padre hablaba con el padre de Phillip. Su presencia la perturbaba. Y vio esa tarde en el joven esa misma frialdad pero cargada de intensidad y de algo que no había sentido antes. Tuvo mucho miedo de solo un par de ojos y algo le revolvió que tuvo la necesidad de explotar en llanto. Llegada la noche se calmó y caminó el largo sendero hasta su hogar.

La mirada de Merlina era increíblemente pasional pero delicada. Sintió en esa delicadez la mas bella paz y el mas entrañable cariño que solo encontraba en la mirada de su abuela. No había logrado sentir eso en ningún otro par de ojos. Sintió cierta contrariedad, algo que no concordaba con lo que ella le demostró ser en tan pocas palabras. Y a eso se le sumaba esa pasión que podía atrapar a casi cualquier chico de su edad. Se sintió seducido y al mismo tiempo apenado. Tuvo mucho miedo de lo que esas dos sensaciones podían significar. Y con esa contradicción en su mente durmió, después de largas horas de insomnio.

Los dos durmieron pensando en el otro, con temor, recuerdos y preguntas que no tenían respuesta. La paz la intentaron encontrar en la idea de que solo fue un golpe del momento. Que todo eso pasaría pronto. Que no debían volverse a ver. Que nada volverían a sentir. Que todo fue un error no contemplado del destino. Que nada debió ser. Que nada podía ser diferente a lo que era. Que todo debía seguir igual. Necesitaron creer que su paz no había sido alterada.
Estaban equivocados.

[continuará...]

Phillip y Merlina - Capítulo 1

Phillip Byantine era un joven adolescente oriundo de los campos de Francia. Había heredado hacía poco una mansión en la cuál vivía su adinerado padre quien nunca le dió su presencia y su amor. Esa mansión era antigua, descuidada, y tanto el pasto como la vegetación lucían salvajemente altos. Su madre había muerto en el parto y él siempre vivió con su abuela, la madre paterna. Ella estaba distanciada de su hijo por su actitud fría con Phillip. Ella si bien no era tan adinerada, había sido criada en una familia aristócrata y le enseñó a su nieto los mas refinados modales. Hacía dos meses que August, el padre de Phillip, había fallecido y su último deseo fue darle a su hijo su mismo estandar de vida y una carta que el joven aun no se atrevía a leer. Su abuela estaba muy enferma desde hacía un año y tuvo que ser trasladada a un hogar de ancianos. El joven heredero ya sabía entonces cómo era vivir solo, y cuando lo digo me refiero a mas de un tipo de soledad. Durante su vida solo tuvo los amigos necesarios para poder sobrevivir a los diferentes ámbitos, como la escuela, el colegio y el conservatorio. Estudiaba para ser pianista y una de las cosas que mas le gustaba de la nueva mansión era un viejo y desafinado piano de cola que se lucía soberbio en un salón. Al principio fue toda una aventura llena de sentimientos encontrados al ver los retratos de su padre, de quién solo había conocido uno. Se trataba de una foto que su abuela guardaba con recelo bajo su almohada. Phillip aun era muy joven, apenas transitaba y a la fuerza el puente que va desde la infancia hasta la adultez. Hacía lo que todos los de su edad hacen... adolecer.


Era dificil soportar su nueva vida. Encontrarse en una casa enorme y tenebrosa, con sirvientes que lo trataban con una distante calidez. Lo que parecía una mirada cariñosa era mas una mirada compasiva. Sentir la presencia de su padre en cada rincón, despues de acostumbrarse durante mas de una década a su fría ausencia. Verse mas solo que antes, y que su única salida fuera la del hogar de ancianos. Un lugar no muy placentero para un joven de su edad, pero su abuela era su única familia, era su todo. Ella estaba cada vez peor, pero siempre lo miraba con esa calidez que no encontró en nadie. Eso si que no era compasión, era el amor mas puro que había sentido. Sonreía para ella y le daba su dosis de felicidad. Pero volvía a su mansión llorando sin saber bien por qué. Sentía tantas cosas, y solo podía expresarlas en ese piano desafinado. Siempre que terminaba de tocar subía a su habitación y, en el camino, le pedía disculpas a los sirvientes. Ellos solo sonreían y se miraban.


Y si dije que soportar todo eso era dificil, lo cierto es que no le fue imposible gracias a una persona. A un kilómetro de distancia a través de un sendero vivía, en una casa pequeña, Merlina. Ella era la sobrina del jardinero de la mansión que había muerto un año atras. Ella estaba sola pero era cuidada por los amigos de su padre, los otros sirvientes de la mansión. Se encontraron casi de casualidad una tarde nublada de otoño. El salió a conocer un poco mejor sus nuevos jardines, ella ya los conocía porque jugaba mucho allí. Ella corría y él caminaba. El miraba hacia el cielo y ella también. Ellos chocaron y se quedaron mirando un largo tiempo... Ella lo miraba con temor. Su mirada era muy parecida a la de August. Sintió el mismo terror que sentía cuando él en vida la miraba. Phillip también la miraba con temor. Su mirada era muy extraña. No por su color verde amarillo, no por su ataque directo a los ojos de cualquiera. Su temor era porque, de alguna extraña manera, sentía en su corazón algo muy parecido al amor que le daba la mirada de su abuela. Ellos temieron al terror y al amor del mismo modo y así, de esa forma, se conocieron...


[contiuará...]