Phillip y Merlina - Capítulo 4

miércoles, 4 de mayo de 2011

No llovió durante todo el resto de la semana. Fueron días frescos pero agradables. Phillip practicó en su desafinado piano y visitó a su abuela en el hogar de ancianos. La rutina parecía no haberse extinguido. Sin embargo sus días ya no eran lo que fueron. Sus dos encuentros con esa chica misteriosa no dejaban de volar en forma de recuerdos e interrogantes por su mente. Algo en ella había que le causó aun mas que pura intriga. Algo en ella le generaba sensaciones que no había sentido antes. O tal vez una vez...

El Sábado llegó y Phillip estaba sin ganas de tocar su piano. Se sentó al lado de uno de sus ventanales mirando hacia el laberinto de sus grandes jardines. Lo miraba pensando en ella. Estuvo muchos minutos así, hasta que, de pronto y sin decir una palabra, se levantó y salió de ese cuarto. Bajó las escaleras y salió de la mansión, y caminó con la mirada perdida hacia el laberinto. Lo paseaba como si no conociera lo que vendría, sin embargo, caminaba el camino correcto hacia el centro del mismo. Y llegó a él esperando encontrarla pero eso no ocurrió. Solo estaban las esculturas, las fuentes y las flores recientemente regadas. Caminando y observándolo todo se encontró con una mochila y una extraña bolsita. Se acercó a ella y la abrió. Solo encontró caramelos. No creyó correcto abrir la mochila por lo que no lo hizo, y decidió acostarse usándola como almohada improvisada. Se encontraba casualmente en la misma estatua donde Merlina se protegió aquel domingo de lluvia. Y, como le ocurrió a ella aquel día, se quedó dormido.

Soñó que estaba en un parque que jamás había visto antes. Habían árboles, escaleras, caminos y glorietas. En el horizonte solo se veía un inmenso mar y tras él el sol ocultándose en un hermoso y rojizo atardecer. Sonaba de fondo música de orquesta y las aves mas variadas volaban cantando los coros mas delicados. El joven Byantine se hallaba sentado mirando el mar apoyado sobre un árbol. Sombras bailaban en las glorietas y otras mas paseaban por los caminos. Algo había delante de él pero no supo apreciar qué era. Sentía calor y sus brazos parecían estar abrazando y siendo abrazados también. Nadie se encontraba con él o al menos eso parecía. De pronto, entre el mar y su mirar, se interpusieron cabellos negros. Una voz dijo "Sos un ángel". Una caricia rozó su rostro y despertó de golpe. Al hacerlo y abrir sus ojos, solo vio una mirada dulce.

Merlina pasó toda su semana leyendo y haciendo sus quehaceres habituales. Cada tanto se tomaba una pausa y se tildaba pensando en aquel joven muchacho de mirada tan fría pero qué tanto escondía. Sus palabras, su voz, su mismísima presencia le generaban cosas que ella no había sentido antes. Eso le parecía misterioso, y si bien ella era curiosa y amaba los misterios, este particularmente le generaba cierto temor. Su vida podía cambiar y no sabía si eso debía ocurrir. Ella estaba y quería seguir estando sola. O tal vez no lo estaba tanto...

El Sábado la encontró sin ganas de nada, ni de pensar en ese amargado de Byantine. Sin embargo, casi por inercia, salió de su casa y caminó hacia los jardines que tanto adoraba. Se adentró en ellos y llegó hasta el centro del mismo. Las flores estaban un poco frías, parecían tener sed. Ella no podía verlas así por lo que decidió actuar en consecuencia. Dejó su mochila y su bolsa con caramelos bajo su estatua preferida y se puso en acción. Horas después y ya casi por volver a su casa, fue a buscar sus cosas y se encontró con Phillip durmiendo bajó su estatua y sobre su mochila. Se acercó a él despacio y se sentó a su lado. Lo miraba como una madre que ve dormir a su hijo. Como una persona sensible ve dormir a su mascota cachorra. Como una persona cualquiera viese dormir a la persona que ama. Sonreía con ternura y acarició su mejilla. Soltó en voz alta que, para ella, él era un ángel. Entonces despertó y ella solo pudo ver una mirada dulce.

Phillip se puso colorado sin darse cuenta. Merlina lo notó y solo sirvió para que ella se enterneciera aun mas. Los dos pensaron algo con mala onda para decir. Ambos pensaron en cómo zafar esa situación como lograron hacer las dos veces anteriores. Sin embargo todo lo que se habían trasmitido, todos los días de ausencia y ese lazo invisible que se daba entre sus ojos al mirarse lograron derribar por completo sus defensas. Phillip intentó pedir disculpas. Merlina solo sonreía y se animó a decir: "¿Podrías devolverme la almohada? Suelo usarla de mochila". Ellos rieron y él asintió con la cara. Ella se acercó a tomarla mientras Phillip se levantaba para dársela. Sus brazos se cruzaron y sus rostros quedaron juntos, mirándose y sintiendo la respiración del otro. Esos segundos fueron eternos y al mismo tiempo maravillosos. Esa impensada cercanía entre los dos los hizo volar hasta perder de vista sus pensamientos habituales. No había palabras en sus mentes. No había frases ni oraciones. No habían defensas ni limitaciones. Solo un irrefrenable impulso de sentir con su boca los labios del otro. Deseaban sentirse uno y uno decidieron ser. No tuvieron tiempo ni de sonreír, pese a que las cómplices miradas se dijeron todo y tuvieron ganas de hacerlo. Solo se entregaron a eso que no tenía, ni importaba entonces tener, una explicación. Ellos, Phillip y Merlina, se besaron.

Fue para sus sentimientos y sensaciones como aparecer de pronto en un paraíso. Ellos tenían alas y veían al placer mismo con los ojos cerrados. Sus cuerpos sentían mas que solo sus bocas juntas y sus labios acariciándose. Sentían una unión, una conexión, un lazo tan especial. Sentían contención, sentían pureza, sentían verdad. Fueron inmensamente felices el tiempo que duró ese beso. Esos besos, esos mimos. Daba igual, todo era hermoso. No había espacio para ningún otro pensamiento, para ningún pasado, para ningún futuro. Ni siquiera el presente sentía protagonismo, ellos se sintieron fuera de todo tiempo y espacio. Sin embargo, al abrir sus ojos al mismo tiempo, el poder de sus miradas logró detenerlo todo. Fue una pausa en la que, de nuevo, sus ojos se dijeron todo. Y aunque no hacían falta las palabras, Phillip las dijo...

- Eso fue hermoso.
- Muy hermoso. - Respondió sonriente Merlina.
- Creí que no te caía bien...
- Yo aun lo creo jaja, pero hay algo mas fuerte que no puedo explicar...
- Lo sé, me pasa lo mismo. Perdón si fui impulsivo pero...
- Ay no pidas perdón por eso, yo siempre lo soy.
- ¿Siempre besas así a los chicos con los que te cruzas?
- Tal vez, ¿Tendrías algún problema con eso?
- No, problema no, solo quiero saber porque...
- Jaja idiota, te estoy jodiendo.
- No fue gracioso. De hecho ahora no sé si realmente...
- ¡Basta! Pensás demasiado, ¿Vamos a empezar de nuevo?
- No, esta bien... Por cierto, cuando llegué todo estaba recién regado, ¿Fuiste vos?
- Si, que bueno que lo hayas notado. Desde que murió mi padre yo me encargo de cuidar todo esto, este centro del laberinto. Por eso se ve así, tan distinto de todo lo demás. No puedo con todo, apenas soy una muchachita con sus propios problemas. Pero aprendí mucho de él, y todo esto lo hizo pensando en mí.
- Me dijeron que fue un pedido exclusivo de mi padre...
- Si, lo fue. Le pidió al mío que hiciera un laberinto difícil y entretenido, pero sobretodo bello. Que lograse trasmitirle a cualquiera que lo conociera la sensación de estar en otro país y en otro tiempo. Que lograse trasmitir esa idea de irse por un momento de si mismos al mundo de los sueños y de las fantasías. Me dijo mi padre que yo era la única que podía generarle algo tan lindo y fuerte, y que pensaba en mi mientras lo hacía...
- Oh, eso es muy bello realmente. - Phillip sonreía encantado de oírla.
- Si, gracias. ¿Ves esta estatua por ejemplo? Es mi preferida, y la hizo exclusivamente pensando en mi. Es la estatua de la diosa griega Harmonia.
- Imagino que es diosa de la armonía...
- Si, y de la concordia. Aquella que está allá, del otro lado de la fuente, es la estatua de la diosa Eris, diosa de la discordia. Mi padre imaginó al centro del jardín como el centro de mi corazón, y por eso puso a la fuente principal allí. Decía que debía enfrentar mi vida encontrando el camino que separase el caos y la discordia de la armonía y la concordia. A veces estoy mucho bajo aquella estatua, a veces bajo esta. Me cuesta mucho estar tranquila sentada en la fuente.
- Parece un simbolismo de tu propia vida.
- Todos siempre hacemos eso, con nuestras vidas, ¿No? Pero es difícil...
- Lo sé, me pasa todo el tiempo...
- Ah, y formando una cruz, en línea perendilar a...
- Perpendicular.
- ¡Bueno eso! Perpendicular a estas estatuas podrás ver esos otros dos monumentos. Hacia aquel lado, en dirección a mi casa, un obelisco. Según la mitología egipcia simbolizan los rayos del sol sobre la tierra, ademas de la estabilidad y la permanencia. Mientras que del otro lado, en dirección a tu mansión, hay una estatua al dios Seth, símbolo de la fuerza bruta, lo tumultuoso y lo incontenible. Es el señor de lo que no es bueno y de las tinieblas. Por eso los puso enfrentados dándose la espalda con la fuente en medio, para volver a representar lo que sería mi vida. Decía que yo debo encontrar el punto equilibrado entre la muerte y la vida, lo bueno y lo malo, la paz y la guerra...
- Pero, no los veo dándose la espalda. La estatua de Seth apunta a la fuente.
- Ah, eso fue pedido de tu padre. Creyó que al tener a ese dios mirando hacia su mansión le traería mala suerte y ordenó darla vuelta.
- Pero, dándola vuelta mira hacia donde se encuentra tu casa...
- Si, pero no pareció importarle mucho eso a tu padre... En fin, lo que hago para no pensar en ello es cuidar todo lo demás, los caminos y las flores. ¡Trato de que todo se vea hermoso!

Así, los dos jóvenes pasaron toda la tarde hablando de un montón de cosas. Ella le contaba todo acerca de lo que sabía sobre la flora del jardín, mientras él luego le contaría sobre música y anécdotas de sus grandes influencias. Ellos evitaron hablar de sus vidas, pero no de sus intereses. Se reían de sus diferencias y se admiraban con sus coincidencias. Cuando el silencio terminaba un tema, y antes de comenzar otro, sus miradas se atraían y se besaban. Hacia el caer de la noche ellos sabían de ambos mas que nosotros que hemos leído esta historia. Generaron un vínculo sin proponérselo. Sin embargo, la vida de cada uno seguía siendo un misterio para el otro. Phillip, ya sintiendo confianza y permitiéndose saciar su curiosidad, le preguntó:

- Merlina, ¿Cómo es tu vida? ¿Estas enamorada de alguien?
- ¿Perdón? ¿Y esa pregunta?
- Bueno, hemos hablado de muchas cosas, han pasado otras entre nosotros en solo horas, quisiera saber si hay alguien...
- ¿Crees que lo habría si te estoy besando?
- Bueno, perdón si lo creo. No quiero que lo tomes a mal, pero algo en tu mirada me dice que si.
- No voy a hablar de esto con vos, ¿Quién te crees que sos? Te recuerdo que hace solo una semana nos vimos por primera vez, es muy poco tiempo para que quieras saber tantas cosas. - Las defensas de la joven Nigoul fueron llamadas de urgencia y entraron en acción.
- Bueno perdón, pero me parece que un beso es algo importante entre dos personas. Seguramente para vos no lo sea por lo que veo...
- ¿Qué estas insinuando?
- ¿Hace falta que sea mas claro?
- Ah, genial, gracias... - Sonrió indignada y dio un paso atrás.
- Mira, creo que si hay alguien deberías decírmelo para que yo no me ilusione.
- Nadie te esta pidiendo que te ilusiones con nada. Solo fueron besos, nada mas. Si tanto te molesta o tanto desconfías no me hables mas, no me veas mas, y listo.
- ¿Por qué haría eso? ¿Tanto te importa aquello que no me querés contar?
- Si, tanto. Y lo prefiero.
- Esta bien, pero me parece que...
- Callate Phillip, no tenemos nada mas que hablar.

Merlina se fue en silencio, sin prisa pero sin pausa. Phillip quedó solo. Phillip había caído en una trampa de la que se prometió no volver a caer: Se había permitido ilusionar con tan poco tiempo de conocerla. Se sintió indignado y hasta rechazado. Sintió curiosidad por aquello que ella no quería contarle, pero también triste y hasta sin ganas de querer saberlo. Se encontraba inmerso en esa duda existencial de todos los seres humanos: de si debía hacer algo para cambiar aquello que lo afectaba, o si debía hacer algo para dejar que eso lo afecte. Pero luego de unos minutos de silencio, se paró, y caminó hacia la casa de Merlina. No sabía dónde quedaba, solo sabía que estaba a un kilómetro de distancia por el camino del campo y en dirección al obelisco que se encontraba al final del centro del laberinto. Pero cuando llegó hacia allí, e inesperadamente detrás de ese monumento, se encontró con ella. Estaba tirada en el suelo, llorando desconsoladamente. Phillip la miró en silencio, ella lo miró sin entender.

- Sos un idiota, ¿Qué haces acá?
- Perdón, pero ¿Cómo podría dejarte sola?

Se abrazaron y lloraron juntos. Sus almas se habían unido aun mas. Ninguno sabía por qué la otra persona hacía las cosas que hacía. Por qué Phillip sentía tanto por ella que tan poco le dio, por qué Merlina ocultaba tanto que tan mal le hacía. Pero no hubo espacio para preguntas después de tantas lágrimas. Ella comió uno de sus caramelos, él se ofreció a acompañarla a su casa. A mitad de camino, ellos se despidieron, ella quiso seguir sola. Phillip entendió y respetó eso. Se besaron de nuevo, se dijeron gracias, y se despidieron...

Mientras volvían a sus casas pensaron casi las mismas cosas. Esa noche, y contrario a sus encuentros anteriores, los dos pudieron dormir bien. Soñaron cosas lindas y descansaron sus cuerpos. Desde entonces, nuevas experiencias los esperarían...

[continuará...]

Phillip y Merlina - Capítulo 3

viernes, 29 de abril de 2011

Llovía. Ese Lunes parecía no tener día, la tormenta lo oscureció desde la mañana. Los truenos y los relámpagos, el sonido de la lluvia, lo gris oscuro del cielo, todo inspiraba a Phillip a componer sus mas bellas y tristes melodías. Había podido dormir profundamente luego de varias horas de insomnio. Ignoró casi por completo aquello que lo había desvelado. Solo pensaba en si mismo y en sus problemas y preocupaciones que eran muchas. Sus melodías eran tristes y cuando un relámpago aparecía, llenaba su música de tensión para recibir el sonido del trueno que se anunciaba. Cuando ambas melodías se unían, la del cielo y la de su desafinado piano, él se erguía orgulloso mientras tocaba. Era la escena perfecta. Eso lo hacía feliz. Luego, la música empezaba a calmarse, las melodías cobraban un tono triste y desalmado. Phillip se ponía a pensar cosas como "mis escenas perfectas... nadie las ve. Nadie esta aquí para sentirlas conmigo, solo son perfectas para mi", y no podía evitar trasmitir esas sensaciones a las teclas. De pronto, la melodía empezaba a sonar un poco feliz, picarezca, esperanzada, ligera, natural y alegre. Cuando lo notaba, volvía a la sobriedad clásica de forma abrupta. Se negaba.

En un determinado momento escuchó un ruido en uno de los delgados y altos ventanales, volteó a ver y no había nadie. Creyó que sería un pájaro o una rama que la tormenta trajo. Su imaginación comenzó a creer que podía tratarse de un ladrón y que él podía ser un rico y afamado director de algún museo. Su música se hacía misteriosa y se regalaba a si mismo la banda sonora original de su película de suspenso imaginaria. Tocaba con los ojos cerrados creando su historia y sonriendo, pero una voz aguda arruinó toda la escena. "¿Siempre sos así de... idiota?". Un frío inesperado corrió por su espalda. Luego de un segundo se dio vuelta y no pudo reaccionar. El solo vio un par de labios.

Merlina estaba justo frente a él y solo centímetros distanciaban sus caras. Ella estaba con su ropa y su pelo mojados. Su rostro fingía de manera muy convincente una especie de malhumor y desagrado. Phillip estaba perdido y desorientado. Pero esta vez, el hielo lo rompió él.

- ¡Vos! ¡¿Cómo entraste?!
- Por la puerta chico genio.
- Ah que graciosa.
- Ah mira quien se hace el ironiquero ahora.
- Irónico.
- ¡Es lo mismo!
- ¡No! ¡Charlotte!
- Oh, el nenito necesita llamar a sus sirvientes...
- ¡No sé qué pretendes conmigo, pero no podes entrar así como así a una propiedad privada! ¡¿Charlotte dónde estas?!
- En el mercado.
- ¿Perdón?
- Si, te perdono chico genio.
- No estas siendo graciosa.
- Te aseguro que si alguien leyera esto se hubiera reído.
- Nadie que sea como yo.
- Pero si como yo, alegre y no amargado.

Se quedaron mirando con bronca. Ella con una sonrisa sobradora y el con cierta frustración y un odio que no terminaba de serlo. Sus ganas de insultarla o de echarla se hacían cada vez mas débiles. Y después de un silencio cómplice, él preguntó...

- ¿Quién sos?
- Parece que te relajaste, al fin.
- No importa eso ahora...
- Esta bien. Me llamo Merlina. Mi padre trabajaba en esta mansión, era el jardinero. Murió hace un año. Yo siempre fui una mas aquí, todos me conocen y me aprecian. Puedo entrar las veces que quiera, tanto a la mansión como a los jardines. Soy como... ¿Una sobrina?
- ¿Sos mi prima?
- ¡No tonto! Usé una metasfora.
- Metáfora.
- ¿Vos me queres ver enojada no?
- Jaja no, es mas fuerte que yo corregir aquello que esta mal.
- Wow.
- ¿Tanto te sorprende que no me guste lo incorrecto?
- No. Lo que me sorprendió es que te hayas reído.

Phillip se dio cuenta de que estaba sonriendo y dejó de hacerlo casi tan abruptamente como cambiaba sus melodías alegres por las tristes. Se sintió enojado y volvió a hablarle como antes.

- Creo que sos una mocosa atrevida. Ahora en esta casa vivo yo, y quien entra y quien deja de hacerlo va a ser decidido por mí. Si esperabas seguir con ese privilegio te aviso que estas haciendo muy malos méritos.
- ¿Y te pensas que yo necesito que vos, un muchachito sin gracia, me de permiso para entrar o no? Vos si que no sabes nada chiquito. Yo soy Merlina Nigoul, hija de Rémi Nigoul y reina de los jardines. Acostumbrate a mi presencia o jodete.
- ¿Qué decís? ¡Hey! ¡Vení para acá maleducada!

Pero el ruido de la puerta la cerrarse determinó que la conversación y el segundo encuentro se habían terminado. En su mente solo estaba la imagen de Merlina guiñandole un ojo con aires de superación mientras se daba vuelta y hacía volar su pelo negro. Las gotas de lluvia de sus oscuros cabellos rociaron el rostro impávido de Phillip mientras la veía irse. De pronto pensó: "Espero que no se moje o tome frío, aun llueve fuerte". Y cuando se dio cuenta de la ternura de sus pensamientos ante tal malaprendida chica, terminó con ellos abruptamente como tanto supo hacer durante su día. "Nadie me dijo nada sobre ella, ineptos". Cerró con bronca la tapa del piano y el sonido seco y poderoso hizo eco en toda la Mansión Byantine. Luego, solo se escuchaban los pasos de Phillip. Se nuevo, subía las escaleras para refugiarse en su habitación. No volvería a salir por el resto del día. A la noche tendría insomnio. Su Lunes terminó igual que su Domingo.

Merlina se fue recordando este nuevo encuentro y esa perturbadora mirada. Sin embargo otros recuerdos aparecían al mismo tiempo, los de aquello que había ocurrido antes...

Esa mañana ella fue al centro del laberinto a jugar. En realidad tenía la esperanza de volverse a encontrar con ese chico misterioso. Sin embargo, el comienzo de la lluvia le hizo creer que él no saldría a recorrer el laberinto. Supuso que un chico refinado no querría mojarse, no como ella que le encantaba. Al principio disfrutó del clima, pero luego buscó refugio debajo de una estatua que le regalaba un techo. Se quedó dormida porque había dormido poco, pero una melodía la despertó. La sentía hermosa, tenebrosa, triste y alegre. Principalmente, atractiva. Se dejó llevar bajo la lluvia hasta ella y se encontró sin pensarlo bajo uno de los ventanales. Veía al joven Phillip en ese gran piano negro e intentó acercarse mas. Cerró sus ojos disfrutando del arte pero no pensó en algo: la lluvia moja. El agua hizo que se resbalara y golpeó su cabeza contra el ventanal. Rapidamente se agachó rogando que él no la haya visto. Se sintió estúpida. Acto seguido empezó a vestirse de bronca y enojo, y decidió entrar para asustarlo e insultarlo. Mientras se acercaba, Charlotte salía a comprar al mercado, por lo que entró al mismo tiempo saludándola en silencio. Cuando se acercó al salón, sus insultos mentales desaparecieron. Lo vió tocar una especie de música de suspenso, lo vio tocar con los ojos cerrados, lo vio moviendo su cuerpo como si jugara en su imaginación. Ella sonrió y se acercó curiosa a él. Estaba maravillada. Solo quería decirle una cosa: "¿Siempre sos así de interesante?". De hecho lo intentó pero... no pudo completar su frase. Su orgullo negador pudo mas a último momento y cambió una palabra por otra. El dejó de tocar y la miró. Ella solo vio un par de labios.

El resto es historia.

[continuará...]

Phillip y Merlina - Capítulo 2

jueves, 28 de abril de 2011

Era una de las primeras tardes de Domingo que tenía ese Otoño. El cielo estaba nublado y los primeros fríos del año comenzaban a avanzar cabalgando vientos. Phillip estaba aburrido. Había estado tocando el piano desafinado durante todo el Sábado. Ese domingo era bastante deprimente y después de almorzar decidió salir a conocer los jardines enormes de su flamante mansión. Lo que en un momento fue un laberinto hecho con arbustos ahora era solo maleza y vegetación crecida con aventureros caminos que invitaban a sentirse explorador. Phillip aun se aferraba a esa infancia que se iba y, cuando podía, se permitía sentir un niño. Entonces decidió meterse y explorar. Llegó a estar perdido y no le importaba. Buscaba una salida, un tesoro, un paraíso. Sentía que tantos caminos debían conducir a algo así. Al principio lo imaginó como parte de su juego, de su imaginación, pero tanto se metió en ella que lo terminó creyendo. Y tanto lo deseó que, al fin, apareció. Llegó al centro del laberinto y en él había un jardín perfectamente cuidado, con flores, senderos, estatuas y fuentes. Era un lugar de ensueño, un oasis de perfección entre tanto descuido. Fue para él como viajar en el tiempo a la época en donde, seguramente, el laberinto y la mansión estaban en su apogeo. Empezó a caminarlo despacio, mirando todo a su al rededor. Estaba maravillado con tanta belleza inesperada. Caminaba mirando hacia el cielo, hacia las mas altas estatuas, y así fue que inesperadamente algo lo chocó. Solo pudo ver un par de ojos.

Merlina había amanecido ansiosa luego de tener pesadillas que olvidó al mediodía. Durante esas horas había decidido ponerse a leer un libro que estaba por terminar y que tanto la había atrapado. Sin embargo se aburrió de leer y, después de comer, decidió salir a jugar. Su padre se llamaba Rémi Nigoul y había sido el jardinero de la Mansión Byantine durante toda su vida. Conocía y era amigo de todos los sirvientes y habitantes de ese lugar. El señor August Byantine tenía una buena relación con él pero algo sucedió un mes antes de que Nigoul muriera. Algo que hizo que ambos se distanciaran. Merlina jamas supo qué fue lo que ocurrió pero siempre se preguntó si fue la causa de la gran depresión que tuvo su padre durante su último mes de vida. Desde que Rémi falleció, sus amigos que también servían para la Casa Byantine se turnaban para cuidarla. Tomaron la posta de su tutela y solían ir a visitarla. Merlina era adolescente y estaba aprendiendo de una manera triste a vivir sola. Pero mas allá de eso, ella siempre recordaba a su padre con una sonrisa. Habían compartido muchas cosas juntos, él siempre la llevaba a conocer y jugar por los jardines de la mansión mientras los cuidaba. Ella no perdió durante el último año las ganas de ir a jugar a esos jardines inmensos, de hecho pensaba que era una manera de mantener su recuerdo vivo. Ese mediodía había escuchado a sus tutores hablar de la llegada del joven Phillip a la mansión y sintió gran curiosidad. Intentó esa tarde ir a jugar como siempre a sus jardines pero al llegar al centro del laberinto notó un aura distinta. Algo la perturbaba y sentía una inquietante compañía. Ella era terca y se negaba a sentirse así, por lo que se puso a correr mirando al cielo buscando tal vez la libertad que siempre le daba hacerlo. Quiso despejarse pero, de la manera mas bruta, chocó con algo. Solo pudo ver un par de ojos.

Las nubes grises y el viento fresco fueron el escenario caprichoso para ese encuentro inesperado. Los dos adolescentes estaban en el piso mirándose en silencio. Los dos temieron lo que esas miradas se dijeron. No lo escucharon, solo sabían que se dijeron algo al instante. Claramente no podían quedarse así, y ella rompió el silencio.

- ¿Podrías tener mas cuidado no te parece? ¿Quién sos y qué haces acá?
- ¿Perdón?... Bueno, te pido disculpas por no haberte visto venir, pero... Yo soy el que se pregunta quién sos vos y qué haces aquí.
- Vos sos el extraño en este lugar, no me toca presentarme, idiota.
- ¿Podrías ser mas respetuosa no crees? Mi nombre es Phillip y vivo aquí. Soy el dueño de estos jardines y si quiero puedo hacerte sacar.
- Ah bueno, qué miedo que me das. Y espero notes la ironicidad.
- Ironía.
- ¡Da igual! Yo tengo muchísimo mas derecho sobre estos jardines que vos y a jugar en ellos. Si queres seguir acá empezaste de la peor manera nenito.
- Pero... pero... ¡Qué irrespetuosa! En primer lugar llamame Phillip, y en segundo lugar... ¡Hey!

Merlina se aburrió muy rápido y se puso a correr persiguiendo una mariposa. Mientras lo hacía pensaba demasiado en esa mirada y solo quería escapar de ella. Phillip se quedó en silencio casi previendo que si la intentaba correr iba a perderla de vista. Se quedó pensando en su mirada, en sus ojos verdes amarillos. Algo le trasmitieron y no supo qué fue.

Volvió en silencio a su mansión con la mirada perdida. Pasó por el gran salón, miró a su piano, y decidiendo ignorar su rutina subió las escaleras. Charlotte, una joven mucama, le preguntó curiosa...

- ¿Qué pasa joven Phillip? ¿No tocará el piano hoy?
- No Charlotte, toqué mucho ayer...
- Pero siempre lo hace... ¿Le ocurre algo?
- No, para nada. Solo fui al laberinto y volví. Nada mas...
- ¿Si? ¡Lo felicito! Siempre ha sido muy difícil encontrar el camino de regreso, ¿Cómo lo ha hecho?
- ¿Eh?

Y sus ojos se abrieron de par en par. No lo había pensado. No recordaba cómo había hecho para regresar. Solo se puso a caminar pensando en los ojos de esa extraña muchacha. Solo pensaba en ellos y de pronto, caminando, había llegado a la puerta de la mansión. No recordaba haberse perdido ni pensado por un momento en cuál era el camino de regreso, solo caminó casi por inercia. Se quedó sorprendido por un instante, pero retomando su fría mirada optó por el silencio y subió a su habitación. No salió de nuevo por el resto del día.

Merlina corrió haciendo de cuenta que perseguía a una mariposa cuando desde el primer momento jamas supo por donde iba. Corría también por inercia pensando solo en la mirada de este misterioso muchacho. Ella sonreía intentando pensar en otras cosas pero le resultaba cada vez mas difícil hacerlo. Hasta que en un determinado momento, no pudo mas. Se quedo quieta, cayó al piso, y se puso a llorar.

La mirada de Phillip era fría pero intensa. Invisibles manos atraparon su cabeza cuando él la miró, le gritaron cosas que tocaron su corazón y no supo qué cosas eran. Solo sentía la vulnerabilidad de su interior siendo tocada por manos ajenas, extrañas e invisibles. Esa frialdad en cambio era igual a la que trasmitía la del señor August. Solo que la de él estaba apagada y solo generaba tristeza y miedo. Ella siempre se sintió incómoda cuando su padre hablaba con el padre de Phillip. Su presencia la perturbaba. Y vio esa tarde en el joven esa misma frialdad pero cargada de intensidad y de algo que no había sentido antes. Tuvo mucho miedo de solo un par de ojos y algo le revolvió que tuvo la necesidad de explotar en llanto. Llegada la noche se calmó y caminó el largo sendero hasta su hogar.

La mirada de Merlina era increíblemente pasional pero delicada. Sintió en esa delicadez la mas bella paz y el mas entrañable cariño que solo encontraba en la mirada de su abuela. No había logrado sentir eso en ningún otro par de ojos. Sintió cierta contrariedad, algo que no concordaba con lo que ella le demostró ser en tan pocas palabras. Y a eso se le sumaba esa pasión que podía atrapar a casi cualquier chico de su edad. Se sintió seducido y al mismo tiempo apenado. Tuvo mucho miedo de lo que esas dos sensaciones podían significar. Y con esa contradicción en su mente durmió, después de largas horas de insomnio.

Los dos durmieron pensando en el otro, con temor, recuerdos y preguntas que no tenían respuesta. La paz la intentaron encontrar en la idea de que solo fue un golpe del momento. Que todo eso pasaría pronto. Que no debían volverse a ver. Que nada volverían a sentir. Que todo fue un error no contemplado del destino. Que nada debió ser. Que nada podía ser diferente a lo que era. Que todo debía seguir igual. Necesitaron creer que su paz no había sido alterada.
Estaban equivocados.

[continuará...]

Phillip y Merlina - Capítulo 1

Phillip Byantine era un joven adolescente oriundo de los campos de Francia. Había heredado hacía poco una mansión en la cuál vivía su adinerado padre quien nunca le dió su presencia y su amor. Esa mansión era antigua, descuidada, y tanto el pasto como la vegetación lucían salvajemente altos. Su madre había muerto en el parto y él siempre vivió con su abuela, la madre paterna. Ella estaba distanciada de su hijo por su actitud fría con Phillip. Ella si bien no era tan adinerada, había sido criada en una familia aristócrata y le enseñó a su nieto los mas refinados modales. Hacía dos meses que August, el padre de Phillip, había fallecido y su último deseo fue darle a su hijo su mismo estandar de vida y una carta que el joven aun no se atrevía a leer. Su abuela estaba muy enferma desde hacía un año y tuvo que ser trasladada a un hogar de ancianos. El joven heredero ya sabía entonces cómo era vivir solo, y cuando lo digo me refiero a mas de un tipo de soledad. Durante su vida solo tuvo los amigos necesarios para poder sobrevivir a los diferentes ámbitos, como la escuela, el colegio y el conservatorio. Estudiaba para ser pianista y una de las cosas que mas le gustaba de la nueva mansión era un viejo y desafinado piano de cola que se lucía soberbio en un salón. Al principio fue toda una aventura llena de sentimientos encontrados al ver los retratos de su padre, de quién solo había conocido uno. Se trataba de una foto que su abuela guardaba con recelo bajo su almohada. Phillip aun era muy joven, apenas transitaba y a la fuerza el puente que va desde la infancia hasta la adultez. Hacía lo que todos los de su edad hacen... adolecer.


Era dificil soportar su nueva vida. Encontrarse en una casa enorme y tenebrosa, con sirvientes que lo trataban con una distante calidez. Lo que parecía una mirada cariñosa era mas una mirada compasiva. Sentir la presencia de su padre en cada rincón, despues de acostumbrarse durante mas de una década a su fría ausencia. Verse mas solo que antes, y que su única salida fuera la del hogar de ancianos. Un lugar no muy placentero para un joven de su edad, pero su abuela era su única familia, era su todo. Ella estaba cada vez peor, pero siempre lo miraba con esa calidez que no encontró en nadie. Eso si que no era compasión, era el amor mas puro que había sentido. Sonreía para ella y le daba su dosis de felicidad. Pero volvía a su mansión llorando sin saber bien por qué. Sentía tantas cosas, y solo podía expresarlas en ese piano desafinado. Siempre que terminaba de tocar subía a su habitación y, en el camino, le pedía disculpas a los sirvientes. Ellos solo sonreían y se miraban.


Y si dije que soportar todo eso era dificil, lo cierto es que no le fue imposible gracias a una persona. A un kilómetro de distancia a través de un sendero vivía, en una casa pequeña, Merlina. Ella era la sobrina del jardinero de la mansión que había muerto un año atras. Ella estaba sola pero era cuidada por los amigos de su padre, los otros sirvientes de la mansión. Se encontraron casi de casualidad una tarde nublada de otoño. El salió a conocer un poco mejor sus nuevos jardines, ella ya los conocía porque jugaba mucho allí. Ella corría y él caminaba. El miraba hacia el cielo y ella también. Ellos chocaron y se quedaron mirando un largo tiempo... Ella lo miraba con temor. Su mirada era muy parecida a la de August. Sintió el mismo terror que sentía cuando él en vida la miraba. Phillip también la miraba con temor. Su mirada era muy extraña. No por su color verde amarillo, no por su ataque directo a los ojos de cualquiera. Su temor era porque, de alguna extraña manera, sentía en su corazón algo muy parecido al amor que le daba la mirada de su abuela. Ellos temieron al terror y al amor del mismo modo y así, de esa forma, se conocieron...


[contiuará...]